miércoles, 30 de septiembre de 2009

Francia o el retroceso

[Brochard, vistiendo el maillot del AG2R, fue el último campeón del mundo francés]

Antes de que el Mundial de Mendrisio diera inicio se conoció la noticia: Francia descendía a segunda división ciclista. Esto es, pasaba de tener un equipo completo de nueve corredores en la prueba en ruta, a tener seis, en clara desventaja respecto a otras potencias mundiales como España, Italia o, pásmense, Noruega. Sea como fuere la noticia en Francia vino a confirmar que su ciclismo decae.

No hace falta ser un genio para tirar de hemeroteca. El último corredor francés que ganó un mundial de ciclismo fue Laurent Brochard, en 1997, del Festina, un detalle en absoluto menor, el último francés que se colgó una medalla en un Mundial fue Geslin, en 2005, el último francés que ganó el Tour fue Hinault en 1985, la última victoria de un franco en el Giro data de 1989, en la Vuelta de 1995 —y el súper-Jalabert de la ONCE—, en la París-Roubaix de 1997, en la París-Niza del 97 y así suma y sigue en cualquier carrera ciclista de nivel internacional. ¿Qué sucede en Francia? Antaño el país más allá de los Pirineos era la potencia mundial por excelencia, la cuna del ciclismo, el ejemplo a seguir.

[Sylvain Chavanel, con el Cofidis, logrando su etapa del Tour de Francia 2008]

Hoy Francia tiene tres corredores medianamente punteros: Sylvain Chavanel, Pierrick Fédrigo y Thomas Voeckler. El primero corre en el Quik Step y ha cuajado una temporada decente —segundo en la París-Niza, octavo en Roubaix, siempre delante ayudando a Devolver en Flandes, etapa en el Eneco— además de ostentar un palmarés honroso, Fédrigo este año ha hecho segundo en el GP Plouay y se ha llevado sendas etapas en Dauphiné y en el Tour y Voeckler ha ganado su ansiada etapa en el Tour. Tras ellos, poco más, lo cual es dramático, puesto que ninguno de los tres es corredor puntero en nada. En el pasado Mundial ninguno despuntó.

¿Qué sucede? Quizá la pregunta sea qué no sucede. Hoy conocemos que el Bbox Bouygues y el Cofidis pierden su licencia Pro Tour, ese esperpento ideado por Manolo Saiz hace años y que este año ha cambiado su nombre por UCI World Calendar. Supongo que los motivos alegados desde el más alto organismo internacional serán la falta de resultados, o de talentos, o de capacidad económica. Sea como fuere Cofidis, equipo tradicional que tuvo su propio escándalo de dopaje desatado por el ahora redimido David Millar, y Bbox Bouygues tendrán que tirar de simpatía y contactos para participar en las importantes carreras Pro Tour que no sean francesas. Llegamos al fondo de la cuestión.

[El caso Festina descubrió el pastel: Virenque, héroe nacional, se dopaba con EPO]

Francia organiza como nadie el Tour, la París-Roubaix o la París-Niza. Carreras históricas, con tradición, con mitos, con organización adecuada, con afluencia de público, con leyenda. Carreras, en suma. Francia es un país que suspira por el ciclismo. Su leyenda, lo que supone el Tour, jamás permitirá que en aquel país se pierda la afición. Sin embargo, tal leyenda es su arma de doble filo. La ausencia de ciclistas franceses de alto nivel en la última década no se explica únicamente por la falta de talento, si no por la ausencia de dopaje. Desde que en el 98 saltara el escándalo Festina, la Agencia Antidopaje Francesa se ha caracterizado por ser la mejor del mundo, la más implacable, la que vela por la limpieza. Y más allá de una actitud estatal, hay una percepción social negativa del dopaje. Los propios corredores están concienciados, firman los códigos éticos y no suelen ser sospechosos. Ni desaparecen misteriosamente durante días, ni realizan exhibiciones inhumanas, ni obtienen resultados.

Jalabert, viejo conocedor de las técnicas de la ONCE y de Manolo Saiz, se quejaba amargamente de la falta de talento en el ciclismo francés. Quizá no tanto. El actual campeón sub-23 es Romain Sicard, vasco-francés y flamante fichaje del Euskaltel. Francia retrocede deportivamente pero está por encima de todos los demás éticamente. Yo, por el momento, seguiré aplaudiendo las escasas victorias de los ciclistas franceses porque Francia, el máximo adalid del ciclismo, el país que permite su supervivencia, paga su honestidad. Así es el ciclismo que vivimos.

Imagen | Cyclingnews, Google Images

lunes, 28 de septiembre de 2009

Evans el improbable

Cuando Cadel Evans, antaño campeón del mundo de Mountain Bike, dos veces segundo en el Tour de Francia, podio en la Vuelta a España, podio en la Dauphiné, siempre delante en las Árdenas, nunca vencedor, demarró a seis kilómetros de meta, en la Torrazza de Novazzano, pocos adivinaron en semejante demostración de orgullo, ira, redención, fuerza, el ataque de un futuro campeón del mundo. Pocos, casi nadie, probablemente únicamente el propio Cadel Evans, de ojos cristalinos, pobladas cejas, figura redondeada, holluelo en la barbilla inconfundible. Minutos más tarde el australiano cruzaba la línea de meta de Mendrisio sin apenas celebrar su logro, su proeza, su lucha solitaria finalmente fructífera. Cruzó la pancarta que le otorgaba el maillot arcoiris saludando marcialmente, sin aspavientos, y, más tarde, una vez asumió que sería campeón del mundo, que ya lo era, besó reiteradamente la medalla que colgaba de su cuello, nerviosamente, visiblemente emocionado. Evans comprendió entonces, con lágrimas en los ojos, que les había ganado a todos. Que el eterno favorito, el siempre vencedor improbable, se había impuesto a todos.

Lo hizo frente a un elenco de los mejores corredores del mundo y a Kolobnev, segundo una vez más, el caso de un ciclista que sólo rinde con su selección, la rusa. Se impuso Cadel Evans a todos. A la Italia unida en torno a Cunego, al imperial Cancellara que se cansó, llegado el momento, de hacerles el trabajo a todos los demás, a Matti Breschel, el danés y probable vencedor al sprint en caso de llegar el grupo de elegidos, a Gilbert el belga y a España entera. A una España fuerte pero sumida en el caos táctico, una vez más. Y esta vez el error escuece aún más puesto que en la última y definitiva selección de ciclistas que se jugarían el campeonato del mundo, había tres españoles. Tres de nueve. Como Italia el año pasado y Ballan, Cunego y Rebellin. Conviene, eso sí, antes de pormenorizar en la actuación de Valverde, Joaquín Rodríguez y Samuel Sánchez, explicar cómo se desarrolló la carrera para comprender el resultado final y el despropósito, reiterado, de España como selección.

Mendrisio, sol, prados verdes y cuestas que superar. Un gran día para un mundial de ciclismo, pensamos todos, incluídos los ciclistas. De entrada, la tradicional fuga de comparsas que anima las primeras quince vueltas de carrera y asume su fracaso sin cejar jamás en su empeño. Letones, nipones, eslovenos y Greipel. Cayeron, como era de esperar, pero en su tesón, en su lucha contra el coloso pelotón y contra los grandes especialistas reside gran parte de la grandeza del ciclismo. Una vez atrapados se formó la primera fuga decisiva y, en caso de inactividad atrás, la que hubiera llegado. Alrededor de treinta ciclistas, entre ellos tres españoles, cuatro italianos y segundos espadas como Rogers, Kirchen o Boonen —el circuito no era para él—. La fuga, provocada por los peones italianos —Visconti, Paolini y el vigente campeón, Ballan—, llegó a coger casi dos minutos de ventaja, siempre con Joaquín Rodríguez delante, mostrando sus cartas, diciendo abiertamente al mundo y a todos sus compañeros de escapada que él y nadie más era el más fuerte. Que en caso de jugarse las cartas todos aquellos variados ciclistas, él se proclamaría campeón.

El sueño de Joaquín duró poco. Mientras atacaba él por delante, Gárate, imperial, lanzaba al pelotón para atrapar una fuga que ya había ido demasiado lejos, en concreto, cien kilómetros. Unificado el grupo, en la bajada, Cancellara, superando grupos que se habían separado en la subida final del circuito, repitiendo el espectáculo de Pekín, lanzó su órdago. Todos estuvieron ahí aunque costó vislumbrar los maillots de la selección. Purito continuó en el grupo de cabeza, comandado por un Cancellara que causaba pavor entre sus compañeros. Una subida más, un Freire que llegó a neutralizar una fuga en el primer repecho de la penúltima vuelta, y un Cancellara arrasando en la Torrazza de Novazzano. Quedaron nueve. Valverde, Samuel, Joaquín, Cancellara, Cunego, Breschel, Evans, Kolobnev y Gilbert. Tres contra nueve. Retomamos la historia.

Samuel aguantó colosalmente a Cancellara en el descenso de la primera cota y Evans, aprovechando la tranquilidad, demarró en el llano. Con él se fueron Kolobnev y Joaquín Rodríguez. Por detrás Cancellara, el más fuerte, se cansó de hacerles el trabajo a todos. Samuel y Valverde se vigiliaban, o eso parecía, el uno al otro y, cuando Evans ya había dejado atrás a sus compañeros de aventura, se lanzó un débil Cunego, encomiable pero sin fuerzas. Era la rueda buena, la que, Samuel —Valverde no tenía ni un gramo de energía—, de haber seguido su estela, le hubiera llevado hasta el siempre perdedor Evans. En vez de dar continuidad a la osadía de Cunego, nadie se movió. Los seis restantes se mantuvieron unidos y España se la jugó con Joaquín Rodríguez, segundo espada, buen corredor, pero fugado del día, con más de cien kilómetros de alardes en las piernas. No pudo dar un relevo al ruso para llegar a Evans. Ni pudo sprintar.

Error de manual. España estuvo donde debió estar pero los corredores se movieron erróneamente. Joaquín es un tipo honrado, pero no un campeón del mundo y eso, el seleccionador, debía haberlo visto. Samuel o Valverde, de haber saltado con Cunego, cuando aún no era demasiado tarde, habrían llegado a Evans y le habrían vencido al sprint. Es demasiado aventurar, pero un bronce y un cuarto puesto cuando hay mayoría de ciclistas —tres— en un grupo de nueve es una compasión inútil. Fracasaron porque no consiguieron el oro. A Valverde no le dió el aire de cara en todo el Mundial y Samuel únicamente se movió cuando Cancellara lo hizo. No hubo valientes, y el único que lo fue no tuvo fuerzas. Evans entró en meta sin creérselo. Sin creer que, años después de críticas y desprecios, era campeón de algo, frente a todos aquellos que le martirizaron carrera tras carrera, relegándole a la eterna segunda posición. Cadel Evans es campeón del mundo. Créanselo.



Imagen | Cyclingnews

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Merecemos lo que tenemos

Se acerca el Mundial de Mendrisio con todo lo que ello conlleva. La última gran cita de la temporada para el gran público no especializado ni, normalmente, interesado en el ciclismo. Hay mundial. Hay espectáuclo. Este año más que nunca con un circuito que supera un desnivel de más de cuatro mil metros, superior al de la Lieja y tan sólo inferior al que hubo en Duitama, último Mundial ganado por un tipo capaz de lucirlo en los grandes puertos, Abraham Olano. El recorrido es duro porque cuenta con dos cotas superiores al 8% —aunque de escasos dos kilómetros— siendo una de ellas, presumiblemente, la definitoria del grupo final que se jugará el campeonato. El recorrido, las estrechas carreteras, todo huele a clasicómano luciendo el maillot arcoiris en las clásicas del norte durante la primavera. Espectáculo señores, esto es ciclismo. Por lo que sucede en la carretera y por lo que sucede fuera de ella.

En España, más allá de Valverde, la Vuelta y el propio Mundial, que tan sólo merecerá atención si un nacional se impone en el circuito suizo, el espectáculo está en lo que sucede cuando las carreteras terminan. Cuando la competición finaliza. En plena Vuelta se conoció el positivo de tres corredores del Liberty Seguros portugués —a las órdenes de Manolón, nada por lo que debamos sorprendernos—, dos de ellos españoles. Héctor Guerra y el reincidente Isidro Nozal, el tipo del rendimiento imposible en aquella vergonzosa Vuelta de 2003. No me detendré en Nozal, ejemplo plausible de cómo el dopaje hace de corredores mediocres campeones en Grandes Vueltas, pero sí lo haré en Héctor Guerra por la relevancia que cobra durante los Mundiales de Mendrisio.

Héctor Guerra comenzó en el Relax, pero con rápido ritmo, viendo las innumerables ventajas de correr en Portugal, se pasó a equipos continentales portugueses. Etapas en la Vuelta a Portugal, Clásica de los Puertos, Vuelta a la Comunidad de Madrid —por encima de Valverde durante este Julio—, etapas de la Vuelta a Asturias, un palmarés pobre pero nada desdeñable para un ciclista que iba a más. Y tanto que iba a más. Como que José Luis De Santos le había convocado para el Mundial de Contrarreloj. A él y a su compañero Rubén Plaza, flamante y orgulloso campeón nacional, implicado en la Operación Puerto. He aquí la miseria del ciclismo español. Se preguntarán en la prensa porqué la UCI tiene sus reticencias a la hora de admitir a Valverde, porqué nos persiguen, porqué Contador ha de demostrar su inocencia y serán incapaces de analizar porqué desde la Federación Española se convoca a ciclistas sospechosos. La máxima de si no hay positivo no hay dopaje es una lacra que prolifera en cada esquina del ciclismo profesional en ruta español.

Sí, aceptémoslo. Si no hay positivo no hay dopaje. Bien, los papeles de Eufemiano Fuentes indican todo lo contrario —baste observar que ultra-dopados como Joseba Beloki jamás dieron positivo en su vida—, pero intentaremos ver que si no hay positivo no hay dopaje y, por tanto, no hay motivo para castigar. A pesar de ello, a pesar de la limpieza absoluta de todos nuestros corredores —ahí está Cobo, protagonista del espectáculo del Saunier en el Tour tras Riccó y Piepoli, hombres de honrada reputación y trayectoria— desde el estamento pertinete deberían entender que las apariencias, en tiempos como éste, importan. Si no queremos ser señalados ni perseguidos, como poco, deberíamos ahorrarnos convocar a Héctor Guerra, corredor criado en Portugal —¡Portugal!— y a las órdenes de Manolo Sáiz y a Rubén Plaza, de conocido historial. Plaza, de hecho, ni siquiera tiene la excusa de haber pagado su dopaje. Nunca ha sido sancionado.

[El podio de los mártires, de este mismo año]

Ante este panorama hay Mundial. Claro que lo hay. Acude España esperanzada, con un Freire en estado de forma pésimo, con Samuel Sánchez el hombre para todo y para nada, con Valverde, el sancionado por el CONI y perseguido por todos para que tal sanción se haga efectiva a todo el mundo, con Cobo, del Fuji-Servetto, la máquina de Matxín, con Rubén Plaza, campeón de España y, sobre todo, con un seleccionador imprudente e irresponsable. O excesivamente listo, quien sabe. En fin, el domingo, Mundial en ruta. Un día antes, no veremos a Héctor Guerra corriendo contra el crono. Observaremos a ese culogordo y come kilómetros llamado Juan José Cobo luchar contra los mejores especialistas del planeta. En Europa nos señalan y con razón. Merecemos lo que tenemos.

Imagen | FM Ciclismo, Salir a Ganar

martes, 22 de septiembre de 2009

La Vuelta se acabó

Que nadie se extrañe, ni se asuste, si lee esta noticia. Era previsible y era normal, no en vano, Alejandro Valverde, uno de los mejores corredores de la historia de España por palmarés y vigente campeón de la Vuelta, sigue sancionado dos años en Italia por su implicación en la Operación Puerto, aún por aclarar. ¿Aún? El máximo organismo de justicia deportiva italiana, el CONI, de la mano de Ettore Torri, lo dejó bien clarito en la sentencia: la bolsa 18. Valv.(Piti). pertenece a Alejandro Valverde. Nimiedades, nos decimos en España, y seguimos deleitándonos con la espectacular racha de ciclistas españoles en grandes vueltas —en dos temporadas, cinco de seis—.

Valverde se subió al podio de Madrid en compañía de Samuel Sánchez y Cadel Evans. Certificó su primera gran vuelta sin estragos ni momentos de especial crisis, sin ataques ni victorias parciales. Se bastó en su superioridad y en las bonificaciones, amén de una renovada mentalidad para afrontar una ronda de tres semanas. Fue el mejor, sin paliativos. Ganó una Vuelta soporífera, y cabe comprender que, en este sentido, la falta de ataques responde a la falta de fuerzas. No hablamos de ciclistas conservadores. No lo son Samuel Sánchez, ni Gesink, ni Mosquera Xacobeo, Beltrán—. Si no hubo más ataques, o las diferencias fueron escasas, no es por más motivo que por la dureza de un trazado pensado para escaladores que laminó, progresivamente, el ánimo de quienes en su mente osaban desafiar al líder en la subida. Sí, fue aburrida por instantes. Pero qué quieren que les diga, prefiero esto a exhibiciones increíbles, a las que nos acostumbraban Heras, Armstrong y todos aquellos nobles corredores.

La sensación que deja la Vuelta a su término es agridulce. Agria porque una vez en España el público prácticamente desapareció, porque la clasificación de la combinada no tiene razón de ser —siempre la gana quien gana la general—, porque el sprint solidario huele a improvisación para obtener un patrocinador más, porque la retransmisión fue sencillamente patética. Y hay que detenerse en este punto. Ver el Tour, con su tecnología digital, con las maravillosas tomas del helicóptero a ras de suelo, con sus elegantes rótulos, y ver en septiembre la Vuelta, con la tecnología analógica, las luces y sombras mal calibradas, la nula capacidad del realizador para seguir los momentos más importantes de las etapas de alta montaña, simplemente, en suma, duele. Agria por todo ello, por parecer aún una ronda de barrio. Agria por la exhibición diaria del Xacobeo, a la sazón equipo tratado por Alberto Beltrán, médico sancionado por proporcionar sustancias dopantes al engendro portugués del Liberty Seguros.

Agria en gran medida, sí. Para qué negarlo, seguimos a años luz no ya del Tour, si no en gran medida del Giro, carrera centenaria en un país de pandereta, más que España. Pero dulce, aunque cueste creerlo. De nuevo la participación ha salvado a la ronda española: Gesink, Basso, Cadel Evans, Cunego, Greipel, Boonen —aunque no hiciera nada— y la ristra de corredores españoles de nivel —Valverde, Samuel, Joaquím Rodríguez, Cobo, Freire—. No es un asunto baladí. Tan sólo dos etapas pertenecen a ciclistas españoles, el resto, foráneos. Todo un ejemplo de porqué trasladar la ronda, de nuevo, a Abril sería un suicidio para la organización. De participación ha vivido la Vuelta a España este 2009, pero quizá queda algún atisbo de esperanza para el futuro. El podio es más elegante, más podio, no le broma barata de los últimos años, donde centenares de obesos e iletrados políticos se acercaban a los famélicos ciclistas para pretender ostentar el mismo protagonismo, ante perplejidad de las azafatas. La innovación ha funcionado: Assen fue un éxito y el próximo año se saldrá de Sevilla y de noche. Y, por fin, el maillot cambiará a rojo.

La Vuelta se acabó. Desconozco si debemos aplaudir o llorar, pero terminó. Lucha contra sí misma, contra su prestigio decadente. Quien sigue el ciclismo quiere una Vuelta grande, pomposa, célebre, y son ellos quienes más lamentan los excesos y la ineptitud de la organización actual. Y, por supuesto, lucha, o no, quién sabe, contra engendros como el doctor Beltrán y ciclistas sancionados por dopaje. ¡Uy! ¡Que esto último no! Feliz descanso para Valverde en Italia.

Imagen | Cycling News

lunes, 21 de septiembre de 2009

Los porqués

Porque el ciclismo es un deporte que me maravilla. Porque en ningún deporte más todo el mundo anima a los competidores y las rivalidades quedan atrás. Porque ningún otro deporte es gratuito por verse en vivo. Porque ningún otro reúne tanta épica humana. Porque duele ver qué sucede con él. Porque jamás el dopaje y la mediocridad humana conseguirán dilapidar su espíritu. Porque sufre. Porque agoniza. Porque creo en él, que no en los corredores. Porque conjuga la naturaleza y el deporte como pocos. Porque son humanos desafiando colosos pirenaicos o alpinos. Porque sí.